Algunos antecedentes básicos.
Como revisamos en la publicación «La primera capilla cristiana«, durante los dos primeros siglos de nuestra era, los cristianos trataban de no llamar la atención y eran relativamente discretos en sus celebraciones. No requerían una arquitectura especializada, ya que se reunían generalmente en grupos relativamente pequeños. Solían adaptar casas y, en ocasiones, alquilaban algún local de mayor tamaño (por ejemplo, cuando Pablo visitó Éfeso). Sin embargo, para el tercer siglo, el cristianismo ya se había expandido por todo el mediterráneo, superando tanto la región de Palestina como la de la capital del Imperio. Había ganado tal preponderancia el cristianismo que aquellos que apenas un siglo antes habían sufrido persecución, clamaban ahora por castigar a los que consideraban herejes.
En el año 325 d.C el emperador Constantino convocó al Concilio Ecuménico de Nicea para acordar e imponer verdades de fe básicas para asegurar la unidad del cristianismo (y del Imperio). En dicho Concilio se condenó el arrianismo, se estableció el dogma de la Trinidad y se elaboró el Credo como una unidad de verdades básicas, esenciales para todo cristiano.
Razones para elegir las basílicas como los nuevos templos cristianos
Establecido como religión oficial del Imperio, el cristianismo requirió entonces una arquitectura especializada para dar cabida a sus ritos (ahora públicos), que convocaban a cada vez más personas. Los tradicionales templos romanos y griegos mostraron ser inadecuados para las nuevas necesidades. A diferencia del politeísmo grecorromano, el cristianismo era una religión de asamblea que requería reunir a muchas personas en un espacio cerrado y con una buena acústica.
Por estas razones y para distanciarse de la religión anterior, Constantino y las autoridades religiosas establecieron como referente para los templos cristianos no los templos paganos, sino las basílicas romanas. Las basílicas eran edificios públicos utilizados para diferentes usos en la antigua Roma, pero principalmente para la impartición de justicia.
Como puede verse en el diagrama de abajo, una basílica consistía en una gran sala techada, sostenida por hileras de columnas que dividían el espacio en naves (una central más amplia y otras laterales). En uno de los extremos, las basílicas estaban encabezadas por un pequeño ábside (zona semicircular que remata a la nave central) en donde se sentaban los jueces. Al centro del ábside había un altar que simbolizaba la presencia del emperador en la impartición de justicia. La basílica más grande de la Roma antigua fue la Basílica Ulpia.

Los cristianos tomaron este modelo, retiraron el altar del emperador y lo sustituyeron por el altar que actualmente conocemos. El ábside en donde se sentaban los jueces se convirtió en lo que ahora conocemos como presbiterio (que es donde está el altar y donde se sienta quien preside la misa) y las tres naves de la sala techada se transformó en el lugar en donde los feligreses se ubican para celebrar la Eucaristía (actualmente, las naves centrales y laterales suelen tener bancas para que los fieles puedan sentarse y reclinarse).
De esta manera, la basílica se convirtió en el principal referente para los templos cristianos de Occidente (en oriente predominó otro tipo de edificio de planta central redonda u octogonal que derivó de los antiguos mausoleos reales, ya publicaremos algo al respecto).
El ritmo de construcción de basílicas cristianas en el tercer siglo es asombroso. En el 313, Constantino donó el palacio imperial de Letrán en Roma, donde surgiría la basílica de San Juan de Letrán y para el 319 se comenzaría a edificar la basílica de san Pedro en la colina Vaticana (ya entonces era una basílica inmensa, similar en tamaño a la basílica Ulpia). En el año 360 se iniciaría la construcción de la basílica Liberiana (hoy conocida como Basílica de Santa María la Mayor). En los diagramas de abajo se comparan las plantas de estos tres templos construidos en el mismo siglo en la misma ciudad. El parecido de la planta es notable (porque fue intencionado).



Aun ahora si cerramos nuestros ojos y nos imaginamos algún templo (sin importar si es románico, barroco o gótico) es muy posible que la imagen que formemos en nuestra mente sea el de una planta con tres naves coronadas por un ábside en cuyo centro reside un altar. Todo bajo el esquema de las antiguas basílicas romanas y llevadas a su máximo esplendor por el auge del cristianismo.
Al igual que en otros tantos temas, la influencia de Roma en el desarrollo de la civilización occidental es sorprendente. Las basílicas cristianas que fueron el principal referente para la construcción de templos cristianos a lo largo de occidente son solo un ejemplo de ello.

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