Nueva York: una belleza por error

Dentro de la tercera parte de La insoportable levedad del ser, de Milán Kundera, encontramos un magnífico diálogo, en donde Sabina y Franz acuerdan que la de Nueva York es una belleza por error. El argumento es sencillo pero potente:

  • en las capitales europeas, debido a la lentitud con la que debieron construirse lasScreenshot-2018-4-11 paris moyen age - Buscar con Google grandes catedrales, los palacios y edificios medievales, hubo, de modo implícito, un cierto programa de construcción, con una idea de la belleza que se conservaría en un largo plazo. La construcción de Notre Dame inició en 1163 y concluyó alrededor de 1345 (¡casi 200 años!). A lo largo de todos esos años, los habitantes vieron crecer gradualmente los edificios y sus propias ideas de lo que es bello debieron estar influidas y, de algún modo, atadas a ellos.
  • Nueva York, en cambio, debido a la vertiginosa velocidad de construcción y a los Screenshot-2018-4-11 nueva york - Buscar con Google(1)diversos y cambiantes intereses que motivaron (y motivan) la edificación de rascacielos, almacenes, casas y tiendas, produjo una superposición, a veces caótica, de estilos, propuestas y gustos, que aterrorizan y asombran al mismo tiempo. Para Sabina, la de Nueva York es una belleza por error, una belleza no intencional o programada.

Esta belleza, de la que Nueva York es representante, está presente en prácticamente todas nuestras ciudades. Los estilos arquitectónicos están yuxtapuestos e incluso superpuestos (por ejemplo, en muchas iglesias barrocas en donde los altares fueron quemados para extraer su oro aquéllos fueron sustituidos por otros de tipo neoclásico; o más claro aún, almacenes y negocios cuyos anuncios deslumbran junto a edificios coloniales) de tal modo que es un reto leer la arquitectura y la intencionalidad del lugar. No por ello, dejamos de maravillarnos por espacios que quizá de manera no intencional nos muestran una belleza extrema.

Les dejo uno de los fragmentos de La insoportable levedad del ser, que aborda este tema:

Anduvieron por Nueva York durante horas; a cada paso variaba el espectáculo como si fueran por una estrecha vereda de un paisaje montañoso arrebatador: en medio de la acera un joven se inclinaba y rezaba, a poca distancia de él dormitaba una negra hermosa, un hombre vestido con un traje negro atravesaba la calle dirigiendo con gestos ampulosos una orquesta invisible, el agua brotaba de una fuente y alrededor de ella almorzaban sentados unos obreros de la construcción. Las escaleras verdes trepaban por las fachadas de unas casas feas de ladrillos rojos, pero aquellas casas eran tan feas que en realidad resultaban hermosas, junto a ellas había un gran rascacielos acristalado y, detrás de aquél, otro rascacielos en cuyo techo habían construido un pequeño palacio árabe con sus torrecillas, sus galerías y sus columnas doradas.

Sabina se acordó de sus cuadros: en ellos también se producían encuentros de cosas que no tenían nada que ver: una siderúrgica en construcción y detrás de ella una lámpara de petróleo; otra lámpara más, cuya antigua pantalla de cristal pintado está rota en pequeños fragmentos que flotan sobre un paisaje desértico de marismas.  Franz dijo: Por más, que en sí mismas son feas, se encuentran casualmente,  sin planificación,  en unas combinaciones tan increíbles que relucen con milagrosa poesía. Sabina dijo:

—Una belleza no intencional. Sí. También podría decirse: la belleza como error. Antes de que la belleza desaparezca por completo del mundo, existirá aún durante un tiempo como error. La belleza como error es la última fase de la historia de la belleza.

Y se acordó del primer cuadro que pintó, ya como pintora madura; surgió gracias a que sobre él cayó por pintura roja. Sí, sus cuadros estaban basados en la belleza del error, y Nueva York era la patria secreta verdadera de su pintura. 

Franz dijo:

— Es posible que la belleza no intencional de Nueva York sea mucho más rica y variada que la belleza excesivamente severa y compuesta de un proyecto humano. Pero ya no es una belleza europea. Es un mundo extraño.

¿Resultará que hay al menos algo acerca de lo cual los dos piensen lo mismo?

No. Hay una diferencia. Lo ajeno de la belleza neoyorquina atrae tremendamente a Sabina. A Franz le fascina, pero también le horroriza; despierta en él la añoranza de Europa.

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