En el ámbito personal Rivera y Goeritz no se toleraban. Rivera llamaba farsante a Goeritz e, incluso, la ex esposa de este último asegura que Rivera quiso arrebatarle, en favor de su hija, la autoría de la construcción del Museo El Eco.
Más allá del ámbito personal, Rivera y Goeritz representaron dos concepciones antagónicas del arte y de la arquitectura (ambos, sin ser arquitectos incursionaron en este ámbito con ideas claras y fuertes), aunque ambos coincidieron en su crítica a la arquitectura moderna del estilo llamado internacional.

El estilo internacional se caracterizó por el uso de figuras geométricas sencillas y regulares, con nula o escasa ornamentación y revestimiento en vidrio. Un ejemplo claro de este estilo en México es la famosa Torre Latinoamericana, construida como una especie de prisma escalonado. El estilo internacional parecía el portavoz del progreso y del avance tecnológico (la Torre Latinoamericana fue presumida mucho tiempo con el primer y único rascacielos de la región). El centro de la crítica a este estilo radicaba en su desarraigo y formalismo. Los edificios parecían ser lo mismo en todas partes sin hablar nada del contexto, sin transmitir ninguna emoción o idea por parte del arquitecto, sin ningún compromiso ético o político, más allá del mejor aprovechamiento posible de los materiales.

Contra dicho desarraigo, Diego Rivera optó por una vuelta al pasado. Fiel a su estilo, a partir de la idealización del pasado indígena del país, construyó el Museo Anahuacalli, como una actualización de las piramides prehispánicas, aunque con soluciones espaciales modernas (como el enorme ventanal del segundo piso). Para Rivera, en el pasado prehispánico estaba la esencia de lo mexicano y la arquitectura y el arte deberían reflejarlo. Basta con ver sus murales en Palacio Nacional o en la Secretaría de Educación Pública para observar su admiración por un pasado indígena ideal, roto por la llegada de los españoles primero y la instalación de los burgueses, hacendados y empresarios, después. Rivera exudaba nacionalismo y sus convicciones socialistas en el arte.

Contra el desarraigo y pulcritud del estilo internacional, Mathias Goeritz siguió un camino distinto del transitado por Rivera, el de la arquitectura emocional. Su propuesta fue expresada en un manifiesto y en la construcción del Museo el Eco (primer museo de arte moderno del país). Goeritz quería que la arquitectura no solo fuera funcional, sino también que transmitiera una emoción (Garza, D., 2013)*. A diferencia del formalismo y del estilo internacional, Goeritz utilizó elementos arquitectónicos que no tenían utilidad estructural alguna. Buscaba que la arquitectura y escultura se complementaran y, más aun, se fundieran. Uno no sabe en donde empieza la una y termina la otra. En el Eco encontramos pasillos alargados para generar sensaciones con la perspectiva y una gran estela en la esquina del patio principal (ni uno ni otro elemento tienen alguna función estructural, sino más bien, emocional).


A diferencia de Rivera, Goeritz no quería una vuelta al pasado, sino un búsqueda de formas nuevas. Por su influencia dadaista, por supuesto tenía reminisencias con el pasado (aunque no un pasado nacionalista, sino universal), sobre todo por el impacto que tuvo en su obra el descubrimiento de las pinturas rupestres en las grutas de Altamira. Del pasado, Goeritz no tomó las formas en sí mismas (como Rivera las tomaría de la pirámide prehispánica), sino la fuerza que transmitían los trazos rústicos y primarios de los artístas rupestres.
El contraste entre estos dos hombres enriqueció la vida artística y cultural de este país. A años de distancia, podemos disfrutar de ambos, ya sin la tensión que se respiró entre sus conceptos de arte. Personalmente, me he dado a la tarea de buscar la obra de Goeritz para apreciarla de primera mano (es mucho más fácil acceder a la de Diego Rivera). Me he topado con sorpresas muy interesantes, por ejemplo, saber que Goeritz realizó vitrales abstractos en la Catedral de México y en la iglesia de San Lorenzo, en el centro histórico. Ambos vitrales lucen dañados y descuidados.
- Referencias.
Garza, Daniel (2013). Arquitectura en México después de la Revolución. México: Conaculta.
En lo personal me gusta más Goeritz, pero siempre he mirado la búsqueda en el pasado como una gran fuente de inspiración que puede llevar a nuevas cotas. ¿Tu que opinas? ¿Un nuevo neoneoclásico?
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Yo también prefiero a Goeritz. También es cierto que el pasado es una gran fuente de inspiración. En el caso de Rivera ese pasado esta envuelto en un nacionalismo e idealización del pasado indígena, que en estos tiempos parece un poco excesivo. Se entiende más al considerar el tiempo en el que pintó y sus ideales de transformación socialista. Ambos artistas aportaron e influyeron mucho en el arte mexicano. Hay que aprovechar que es muy fácil apreciar sus obras de primera mano. Muchas gracias por tu comentario.
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Le dejo esta investigación que publico la unam el mismo día que se publico este este articulo, espero sea de su interes
http://www.academiaxxii.unam.mx/?p=6286
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